Tuesday, August 22, 2006

 

Pepone mi amigo

Nos ha hecho falta el Pepone en estos quince años. En mi caso, perdí a un amigo, a un hermano que hasta me retaba y también me cuidaba y se preocupaba cariñosamente de mis hijos en el tiempo en que estuvimos viviendo en Chile, con el Loco al otro lado de la Cordillera. Se preocupaba los domingos de hacer almuerzos familiares en su departamento en el barrio Bellavista en donde el Queco y el Rodrigo aprendieron a ser hermanos de Iván, Luciano y Alfredo y yo heredé una nueva y gran amiga: la Vera.

La última imagen que tengo de él es tirado en medio de mis dos hijos que estaban en cama, en mi departamento en Buenos Aires, preparándose para ver un programa en televisión y asegurándonos que él los cuidaría bien. Yo ese día viajaba a Chile y el Loco me llevaba al aeropuerto. El estaba en Buenos Aires porque aquí le habían pedido, suplicado y exigido que saliera por un tiempo porque las amenazas de muerte en su contra eran cada vez más peligrosas y reiterativas. "Trata de viajar tú también Loco, nosotros tres nos encargamos de todo", dijo muerto de la risa. Era un niño grande más entre los dos más chicos. Pero no aguantó muchos días al otro lado de la cordillera. Menos cuando supo que la Silvia estaba enferma de la columna y complicada.

Volvió el viernes 5 de septiembre. Y el 7, al saber la noticia del atentado, estuvo en ANALISIS, trabajando codo a codo con los demás. Se olvidó de las amenazas y de que estaba en la mira de los asesinos y sus cómplices que sabían y contaron que a esa hora de la noche, él estaba en su casa, con su familia a la que no quería abandonar.

Me imagino, cómo habría interrumpido a cada instante las conversaciones de los chat de internet y habría inventado miles de actividades para que no nos volvieramos a distanciar más. Sospecho que las empresas de celulares habrían tenido en él uno de sus mejores clientes, porque si había algo que le gustaba -además de otras cosas por cierto- era dedicarse a pasar horas en el teléfono.

En estos años, el Pepone habría inventado algo para salir a pelear por el cierre de los medios de comunicación, por la prohibición de la píldora del día después, por la falta de espacios para los jóvenes que quieren hacer algo distinto y no encuentran apoyo.

A lo mejor habría emprendido la aventura de ser un parlamentario y quizás estaríamos bien representados en medio de los honorables. No me cabe duda que no habría estado quieto en estos años, tal como no lo estuvo en Puchuncaví, en Venezuela, en México y después en Chile. Por eso les molestaba y por eso, decidieron asesinarlo.


Fuente: Cheña, Sitio Las historias que podemos contar

 

Trayectoria profesional

Trabajó en las revistas Gol y Gol, Siete Días y Punto Final, donde también fue miembro del consejo de redacción. Además, se desempeñó en el diario La Tercera, en radio Minería y en Canal 9 de Televisión, de la Universidad de Chile, donde participó en los noticiarios y en el programa Emisión Cero.

Durante los primeros años de la década del ’70 comenzó a dedicarse a la política a tiempo completo, como dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR. Después del golpe, fue detenido en 1974, torturado en la base naval de Talcahuano y trasladado a la tristemente célebre Villa Grimaldi, el presidio secreto de la DINA en Santiago.

Más tarde fue enviado al campo de prisioneros de Puchuncaví, donde lideró la primera huelga de hambre de prisioneros políticos para denunciar el asesinato de «los 119», nómina de detenidos desaparecidos que aparecieron ´muertos´ en Argentina, según publicaciones de diarios brasileños, argentinos y chilenos orquestadas por los agregados de prensa de la dictadura.

Liberado en 1976, inició su exilio en Venezuela en 1977, donde trabajó en El Diario de Caracas y en empresas publicitarias del chileno Raúl Alvarez, Papelucho, también ex alumno de la escuela de periodismo de ´la Chile´. Radicado después en México, trabajó en una versión internacional de la revista Punto Final junto a Mario Díaz.

De regreso en Chile en 1984, ejerció como editor internacional de la revista Análisis y corresponsal del diario mexicano Uno más uno. Fue miembro del consejo metropolitano del Colegio de Periodistas y dirigente del Movimiento Democrático Popular, (MDP), en representación del MIR.

En una entrevista sobre las amenazas de muerte que recibió en esos días, cuarenta y ocho horas antes de morir reafirmó sus ideales: ´Amamos la vida y amamos la paz, pero más que nada amamos la justicia y la libertad. Por ellas estamos dispuestos a dar la vida´.

Fuente: Olivia Mora, sitio de colectivos de trabajador@s


 

Hombre justo y bueno

Treinta meses antes de su muerte, Pepe Carrasco —Peppone para sus amigos— se despidió en México de sus hijos Iván (14) y Luciano Carrasco Mora (12). En esa asoleada tarde de invierno, su presencia en el departamento del barrio Coyoacán fue todo un alboroto. Pepe siempre fue bueno, dulce y cariñoso con los niños. En sus frecuentes viajes nunca se olvidó de escribirles para aconsejarlos y contarles sus experiencias.

Esa tarde los instó a que salieran bien en sus exámenes ´para que así la mamá acepte que regresen a Chile a vivir conmigo´. Los niños bajaron a la calle a despedirlo y yo lo vi por última vez desde la ventana del living.

A los tres meses recibía a sus dos hijos con infinita alegría. ´Es una felicidad inmensa poder compartir con ellos e influir en su formación de adolescentes´, dijo en una carta enviada a México en la Navidad de 1984. La alegría duró apenas 780 días. Iván y Luciano vivieron la terrible experiencia del secuestro y asesinato de su padre, un hombre justo y bueno.

Rosa Tapia, su tía, lo recuerda como un niño tímido pero preocupado por la situación de ´los de abajo´. Siempre fue sencillo y amistoso con sus amigos de Conchalí, barrio en que nació y se crió. Lo ofendían las injusticias, la discriminación y la marginalidad. ´Me duele el corazón cuando veo a los niño descalzos por las calles frías´, decía.

Pudo estudiar y llegar a la Universidad para estudiar periodismo en ´la Chile´ por el esfuerzo de sus padres, sobre todo de doña Chela, su madre, quien lo inscribió en el Instituto Nacional porque deseaba la mejor educación para el primogénito. La enseñanza laica, solidaria y libertaria que recibió en esas aulas, lo marcó para siempre. ´Soy de los que alcanzaron a educarse con el sistema gratuito; sólo pagábamos la matrícula´, recordaba Pepe.


Fuente: Olivia Mora, colectivos de trabajador@s

 

José Carrasco Tapia, pepone, vive en nuestra memoria.

Nombre: José Humberto Carrasco Tapia
Lugar y fecha de nacimiento: Santiago, 24 de agosto de 1943
Profesión: Periodista, Universidad de Chile
Lugar y fecha de muerte: Santiago, 8 de septiembre de 1986, en el cementerio Parque del Recuerdo.

«Te voy a contar la historia terrible y dramática de tu abuelo, porque vale la pena relatarla. No tengo pruebas de quiénes lo asesinaron. Pero, ¿qué importa que no las tenga si todos sabemos quienes fueron sus asesinos?»

Con este preámbulo imagina el abogado Jaime Hales su libro Escúchame, ´Peppone chico´, texto que escribiría para el nieto homónimo de José Carrasco. Insiste, vehemente, en que «la verdad existe desde el primer momento, aunque nosotros no tengamos la sentencia de esta causa».

José Carrasco Tapia fue asesinado cuando cumplía 43 años. Lo sacaron a medio vestir de su departamento de calle Santa Filomena, en el barrio Bellavista, durante la madrugada del 8 de septiembre de 1986, para acribillarlo a balazos en un muro del cementerio Parque del Recuerdo. En su caso, uno de los más claros y evidentes, sólo faltan los nombres de quienes integraron la «patota criminal».

Cinco horas antes del asesinato, un grupo guerrillero cometió un atentado contra Augusto Pinochet. Toda la noche Santiago estuvo militarizado, con las tropas al mando del jefe de la Guarnición, general Julio Canessa. El control castrense y policial fue total.

Alguien esa noche emitió la orden de perpetrar una venganza ejemplarizadora. Con el secuestro y asesinato de cuatro notorios opositores a la dictadura, el mandato se cumplió en horas en que nadie podía circular por la ciudad.

José Carrasco fue sacado de su domicilio en pijamas, sin calcetines (´No los va a necesitar´, le dijo a su familia uno de los asesinos), ante la angustia de Silvia Vera, su mujer, y de Iván, Luciano y Alfredo, sus hijos.


Fuente: escribe Olivia Mora, sitio del colectivo de trabajadoras

Thursday, August 17, 2006

 

A veinte años de la muerte del periodista José Carrasco Tapia aún no se dicta sentencia


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